El Hilo Mágico

Mucho Más que Educación Canina

El Hilo Mágico

Érase una vez, en un reino muy lejano, una niña pequeñita y muy rubita, llamada Cloe. A Cloe le encantaba salir a buscar aventuras alrededor de su aldea, era una niña valiente, intrépida, muy inteligente y soñadora… era, en realidad, como eran las niñas de su aldea.

Cloe tenía un sueño, como todas las niñas de su aldea. El sueño de Cloe era montar en uno de los dragones que habitaban la montaña Norte, una montaña mágica sobre la que se contaban y cantaban decenas de leyendas y tonadillas infantiles, los juegos de la comba sonaban a sus faldas, y sus altos bosques nevados inspiraban a Las Guerreras.

En la aldea de Cloe, Las Guerreras eran admiradas. Las Guerreras eran temidas. Las Guerreras eran queridas. Las Guerreras eran Brujas.

Cuando de niña una pensaba en las brujas, se imaginaba seres horrendos y deformados, los cuentos infantiles clásicos nos las pintaban como seres malignos , aliados de la noche y adoradores del diablo. Era lógica, pues, la fascinación que producía enfrentarse por primera vez a la imagen de una Guerrera real.

Sus cabellos no eran largos ni sucios, sino cortos, lisos e impecablemente alineados unos con otros hasta formar una perfecta envoltura de lo que sin duda, era una cabeza perfecta. Su redondez inexacta daba cobijo a un conjunto hermoso, bello y luminoso, perfectamente equilibrado con su justo tamaño. Las Guerreras no eran especialmente altas, pero poseían destrezas y habilidades que suplían, con creces, las más importantes musculaturas o envergaduras.

De entre todas las habilidades, sin duda, la más importante era la capacidad de controlar y montar dragones de la montaña Norte.

Las Guerreras eran escogidas de entre las mujeres y niñas de la aldea. Cada 4 años, todos con 13 lunas, se organizaba en El Bosque Oscuro un ritual por el cual eran elegidas para pasar a formar parte del escogido grupo . No había límites de edad, podía entrar tanto una niña como una adulta… Cuando se ve sin mirar, cuando es la magia la que elige a sus ministras…el exterior no es importante, la edad es relativa, y lo que cuenta, siempre, siempre, es algo que no se ve.

La forma de elección era simple. La forma de elección aparte de simple, era aterradora. La forma de elección no era una forma de elegir, sino una forma de ser elegida. Y quiénes elegían , cómo no, eran los dragones.

Decía la leyenda, que los dragones eran capaces de ver el interior de las personas. Que eran capaces de sentir sus sentimientos, de reír sus alegrías o llorar sus penas. Decía la leyenda que los dragones, con sólo mirarte, podían ver tu color de alma. Decía la leyenda, que si el color no era puro, el dragón elegiría el destino de igual manera. Decía la leyenda, que de cada 20 niñas y mujeres que se presentaban al dragón, ninguna, una o dos serían admitidas… Y muchas más las castigadas por su soberbia, por su osadía de intentar engañar a los dragones.

La ceremonia era simple. Cada una de las candidatas, ataviadas con las ropas que ella misma eligiese, se habría de exponer a campo abierto al vuelo raso de un dragón. El Bosque Oscuro contaba con una zona limpia de árboles, quemados y arrasados por el paso de los siglos, por el paso de las llamas, por el paso de las ceremonias. Y era en este escenario en el que nuestra Cloe se disponía a escribir su historia.

La noche de la ceremonia, Las Guerreras esperaban a sus candidatas en el inicio del camino al bosque. Allí, sobre sus caballos desnudos, emprendían el camino a través de la oscuridad de las enormes copas hacía lo que para todas ellas, las candidatas, era un mundo nuevo y del todo desconocido.

A través del bosque llegaron a una zona quemada. Cloe, que había leído y bebido de los libros de su aldea todas las historias y leyendas de los dragones, sabía que había llegado al lugar del sí o no. Sabía que ante ella se presentaba el escenario más importante de todos los que tendría que pisar. Era el momento de confirmar sus sentimientos y pulsiones… O el momento de despedirse de todo. Las opciones eran escasas, pero su decisión estaba más que tomada. Cloe quería ser Guerrera, y ésta era su oportunidad.

Con ella, 17 mujeres más de la aldea buscaban su mismo destino. Unas más jóvenes, otras niñas, alguna más mayor… Incluso una abuela, de grandes ojos muy despiertos y voluminoso pelo rubio rizado, buscaba su oportunidad.

Las Guerreras hicieron un gran círculo con sus caballos, un óvalo imperfecto alrededor de todas las voluntarias. Bajaron de sus caballos, y gritaron. Sus gritos manaban de pozos profundos que nacían de sus pequeñas gargantas, un sonido ensordecedor brotaba de lo que parecía ahogado sólo 100 pasos antes. El silencio del camino transformó en grito profundo y gutural, el temor del camino tomaba forma y la seguridad del nosotras se transformaba en la inseguridad del yo. Nada era como nadie imaginaba, porque nunca nadie contó lo que allí pasó. Una vez en la ceremonia, o Guerrera… O ceniza.

Cloe se vio pequeña entonces. Sus dudas , inexistentes hasta ese momento , aparecieron. Veía mujeres mayores, muy bien vestidas, sin duda mejores que ella. Había adolescentes, todas bien conjuntadas y elegantes, «demasiado» pensó Cloe… O quizás no?

Y estaba ella, la señora mayor de pelo voluminoso rubio y rizado. La señora que la sonrió al inicio del camino. La señora que le ofreció agua y que ella aceptó tímida y temerosa de agotar la cantimplora… La señora que por una razón u otra, había cuidado de ella desde el primer paso del camino.

De fondo, a lo lejos , silbaba el viento. Bueno, mejor escrito: de fondo, a lo lejos, silbaba lo que parecía el viento.

Nadie sabía bien qué numero de dragones había , no se sabía si cada Guerrera tenía su dragón, o si por el contrario eran más o menos en número… Nadie sabía nada porque nadie nunca alcanzó para contarlo.

Y, de repente, en el tiempo que una niña tarda en echarse al suelo… Allí estaban. Cloe no fue capaz de contarlos, pero eran muchos. Muchos más que Guerreras. Muchos más que habitantes de la aldea.

Cloe entró en shock. Ella siempre pensó que los dragones serían pocos, porque de ser muchos , cada habitante de la aldea tendría el suyo. Nunca había imagindo que podrían existir tantos… Y tan bellos! Los había de mil tamaños , colores y formas, los había enormes o enanos, blancos y de colores que no creía existían, algunos muy fieros y otros decididamente curiosos o , incluso, cariñosos? Cloe estaba en shock. No podía creer lo que veía.

Las Guerreras, mientras tanto, habían vuelto a montar en sus caballos, y de una forma casi fantasmal, habían desaparecido de la escena perdiéndose entre los árboles. Las 18 niñas y mujeres se encontraron , de repente, frente a frente con los dragones. Ellos en el aire, en círculos… Ellas frente a ellos, en la tierra , observándolos. Silencio.

Cloe notó una mano en su hombro, una mano cálida y firme. La señora mayor de pelo voluminoso y rubio quería darle algo. Un pequeño objeto que guardaba en su puño cerrado con fuerza, y que extendió sobre su mano como quien entrega una llave, como quien entrega un regalo preciado. Cloe agarró el objeto con el mismo interés que se coge una tarántula asesina en época de ayuno, es decir, con un temor sólo comparable al desconocimiento que tenía acerca del susodicho regalo.

Huyó a una esquina, y refugiándose bajo un árbol , abrió su mano. Miró con curiosidad qué le había sido entregado. Tuvo que mirarlo varias veces. Era un anillo grande y plateado, sin brillo, oscuro, quizás antiguo… Más por comodidad que por seguridad, se lo puso en el primer dedo que lo acogió con holgura… Y entonces…

De su anillo, del centro de su anillo, nació una luz. Al principio cegadora y aterradora, después robusta y cálida. La luz ascendía buscando su guía, se movía nerviosa de un lado a otro como aguja que busca ojal, como luz que busca refugio en calma.

Paró. De entre las nubes en altura asomó una sombra pequeña y nerviosa, se escondía y se mostraba a la misma velocidad, rompía el sonido con sus alas al tiempo que bailaba al viento que la mecía de un lado al otro. Desprendía una luz azul, a rachas naranja y en momentos verde tul… Un dragón quería mirarla, por fin , de tú a tú.

Cloe estaba muy asustada, sus piernas temblaban al ritmo que marcaban sus dientes castañeteando, sus ojos se apretaban con todas las fuerzas que su pequeño cuerpo de niña podía ejercer… Hasta que… De repente…

La luz cambió. Su alrededor tomó un color suave, cálido, claro… Había luz, mucha luz, y calma, sobre todo calma. Silencio. Paz. Ya no estaban los dragones en el cielo, las sombras habían desaparecido y el sentimiento que nacía de su interior era de tranquilidad, y seguridad. Llegó a pensar que había sido comida por un dragón, era una lógica explicación a esa calma tan luminosa… De hecho ni siquiera la disgustaba en demasía la idea, pasaría a ser una leyenda, porque consiguiera ser una Guerrera o no, nunca nadie lo sabría, y por tanto, la opción de que hubiera llegado a serlo siempre habría existido para sus seres cercanos.

Cloe se puso en pie. miró a su alrededor y , por un momento, largo, pensó que todo había sido un sueño. A su alrededor no había nadie, lo que antes era una zona quemada ahora volvía a ser bosque, todo daba vueltas en su cabeza, alzó las manos a su frente…y ahí, en su mano, en su dedo , estaba el anillo. Lo miró incrédula, hizo por quitárselo pero no salía… Recordaba un tamaño enorme hacía apenas minutos, y ahora casaba en su dedo como hecho a medida. Pero, si el anillo era real , qué había pasado ? Dónde estaban los dragones? Dónde estaban sus compañeras de viaje? Y Las Guerreras?

A punto de desmayarse, Cloe escuchó tras de sí un ruido, una pisada. Se giró todo lo rápido que pudo, pero no vio nada. Demasiada espesura hacía imposible ver más allá de unos pocos metros. Trató de ponerse en pie, tenía que salir de aquel lugar e intentar averiguar qué es lo que había pasado. Al dar el segundo paso, otro ruido, esta vez frente a ella. Instintivamente, agarró un palo que había en el suelo, y empuñándolo con fuerza, avanzó hacia el ruido. Dos paso más le hicieron falta, sólo dos, para darse cuenta de que algo enorme la miraba tras los árboles, que ahora más que nunca parecían torres que guardaban un secreto. Las copas frente a ella se movían inquietas, y eso los árboles no lo hacen . Las hojas de sus pies se movían como con calma brisa, que si bien no las levantaba sí que las hacía sonar, como un tintineo de piedras bajo el agua del rio… Un ruido sordo , como a golpes, como a latidos… Y esto, los árboles, tampoco lo hacen.

Cloe avanzó dos pasos más. Sus manos pequeñas agarraban fuertemente el palo, si temblaba un poquito seguro era de la misma fuerza que empleaba en ello, Cloe no se permitía tener miedo en ese momento porque ese momento podía ser el que siempre había soñado, y una Guerrera, una auténtica Guerrera, nunca cedía ante el miedo. Porque el miedo, traía retos, y los retos sólo eran aptos para guerreros, y ella, lo era.

Sus pies pararon. Un tronco enorme, cruzado entre otros , hacía imposible el paso hacia adelante. Su anillo se iluminó. Por un momento intentó quitárselo del susto, porque un susto no es miedo, pero no pudo. El brillo era muy diferente del haz de luz intenso que antes mostró, ahora era una luz suave, fina , parpadeante… como…viva?

Y ahí, entonces sí, majestuoso como en sus sueños, mágico como en los cuentos, se alzó el dragón ante ella. Las copas más altas quedaban a la altura de sus patas traseras, por momentos parecía seguir creciendo conforme Cloe levantaba su mirada hacia su preciosamente precisa cabeza, sustentada en un cuello largo y robusto que aparentaba la fuerza de un castillo. Sus pequeñas patas delanteras se dejaban caer sobre su torso, era muchísimo más grande en persona, cara a cara, de lo que jamás había imaginado. Y al igual que su tamaño, su belleza era, también, infinitamente mayor.

No tuvo tiempo a detenerse a mirarlo cuando, el dragón , bajó su cuello para acercar sus ojos a los de Cloe, y durante varios minutos, quizás horas o días quién sabe, mirar fijamente dentro de los ojos de la niña. Lo que el dragón vio, lo que el dragón sintió o vivió en su visita al interior de esos ojos, sólo lo supo el dragón. El anillo, en ese momento, brilló con más fuerza e hizo, por sí mismo, el gesto de tirar de Cloe en dirección al dragón. Cloe hizo caso al anillo, y superando el tronco que hacia momentos se antojaba imposible, llegó a los pies del dragón. Lo miró de abajo a arriba, costaba trabajo levantar tanto la barbilla, y alargó su mano y lo tocó.

Los cuentos que Cloe había leído jamás llegaban tan lejos, o bien se saltaban esta parte, porque esta parte solamente la conocían Las Guerreras.

La primera lágrima peleó por salir. Perdió.

Cuando tocó al dragón , y el anillo brilló con toda su infinita intensidad, Cloe quedó cegada. Notaba el viento en su cara, rozaban sus dedos la piel áspera y rugosa… pero no veía nada. Poco a poco, una luz ligera fue asomando por sus párpados. La figura borrosa del dragón contrastaba con la luz de fondo. Se notaba extraña, pesada, torpe…

Al ir cobrando claridad, sus ojos fijaron la mano del anillo. Pero esa no era su mano. Su mano de niña no era tan grande, ni delicada por sus travesuras y andanzas… Esa mano era fuerte, mayor, más cuidada que la suya. Por instinto intentó levantarse, pero se percató de que no estaba tumbada, sino sentada. Y entonces miró su mano otra vez… Se movía como suya, pero no era la suya. Miró la otra e igual, esas no eran sus manos.

La segunda lágrima peleó por salir. Perdió.

Entonces volvió la luz. En ese momento sus ojos volvieron a la realidad… Realidad? Eso era la realidad, o es que había muerto por el camino?, o en el primer encuentro ? Sus ojos vieron sus piernas, largas, no de niña. A horcajadas tacto áspero, tacto rugoso… Sus ojos veían horizonte, su flequillo largo de niña no estaba, rápidamente tocó su pelo… y su pelo ya no estaba, y su cabeza era imperfecta, imperfectamente perfecta…

Y la tercera lágrima peleó por salir. Ganó. Sólo una.

Cloe era una Guerrera. Cloe tenía su dragón. Cloe ya no era Cloe… Cloe ahora eran dos.

Desde arriba vio una figura entre las sombras. La figura avanzaba hacia ella, hacia una Guerrera con su dragón. Sólo pensarlo la hacía estremecer. La figura tomó forma, forma de abuela, de grandes ojos muy despiertos y voluminoso pelo rubio rizado. La conocía. La reconocía. Era su compañera de viaje, era quien le entregó el anillo.

Sin darse apenas cuenta, orientó su mano hacia la anciana, y en ese momento , su dragón agachó su enorme cuello y posó la barbilla en el suelo para que Cloe pudiera bajar a tierra. Así hizo, de una forma un tanto torpe porque claro, aún estaba estrenando su cuerpo de Guerrera. Bajó, avanzó hacia la anciana, y ésta , sin mediar palabra, dio media vuelta y emprendió camino. Cloe dudó si seguirla o no, miró a su dragón sentado tras de ella y pensó fugazmente en la idea de perderlo si perseguía a la anciana… Borró esa imagen enseguida, no era posible algo así. Con firmeza, emprendió el camino de la anciana para hacerle algunas preguntas. Al cabo de unos pocos metros, notó que tras ella venía el dragón. A la par que ella caminaba, su dragón la acompañaba. Paso que ella pisaba, su dragón lo repisaba. El anillo latía en luz viva al tiempo que el dragón seguía los pasos de Cloe. Enseguida notó que ese vínculo no era menor, entendió de momento lo que para una Guerrera, una auténtica Guerrera, significaba su dragón, y viceversa. Sobre todo en viceversa.

Entre ellas dos, entre Guerrera y dragón ,había nacido un vínculo. Sentía, que desde lo más profundo de ella, nacía un cordón que atravesaba su cuerpo y conectaba su ser más profundo con el ser más profundo del dragón, entre ellas había nacido un hilo, entre ellas había nacido un hilo que se endurecía con el amor, se endurecía con el respeto, se endurecía con la admiración y el compromiso… Entre ellas dos había nacido un hilo, entre ellas dos había nacido El Hilo Mágico.

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